Últimamente no hemos dejado de dar noticias sobre Cristina Morano, la diseñadora y maquetadora de Hache; pues en ello seguimos.
Si aún no lo saben, el penúltimo libro de Cristina, 'El arte de agarrarse', de la cordobesa editorial La Bella Varsovia, ha salido a la calle en su segunda edición, y si se preguntan por qué aquí dejamos otro de los poemas del libro:
LA HERIDA AJENA
Pero tú descortézate, ven,
descortézame de mi palabra.
Paul Celan
Vengo a la herida,
la describo.
Hay un gato rubio, un televisor,
sartenes, libros, pájaros, extraños en el parque,
y una mujer que a veces soy yo
y a veces segrega esto de sí
para escuchar de nuevo.
Y lo aprendido es:
no basta con echar la desgracia de uno,
el dolor continúa si escuchas:
en el piso de abajo, un matrimonio africano
baldea el suelo de la cocina,
una niña grita dentro de la casa,
el esposo se apresura con un trapo.
Para sangrar de nuevo tantas vueltas.
Cuánto vale una palabra.
Soledad: una nuez en la carótida
latiendo cada día.
Culpa: gasa de sombra entre mis ojos y el mundo,
qué terrible descarnadura
la del que mira sin piedad,
en su juicio no habrá tampoco atenuantes.
Apuesta: asir
la mano del esposo que nos mira,
creyendo que a su igual se dirige
sin sospechar que las heridas
nos cercan hasta tejer una corteza
de gestos y palabras,
y en ese caldo nos cocemos.
¿Tanto vale una palabra
para no renunciar a lo que nombra?
Mi nombre significa "la ungida con el óleo",
la manera en que los antiguos
señalaban a sus reyes;
mas si pudiera ir veinte años atrás,
aquel día en el campo,
le diría a mi padre:
no me enseñes a disparar,
enséñame a ser dulce, descortézame
de mí.
Esta palabra sirve
para el chacal y su comida,
pero de qué hablaré cuando mi esposo
con el pelo enaguado a las espaldas,
se levante hacia mí desde el mar y me pregunte.
Además, Cristina estuvo presentando su último libro, 'El ritual de lo habitual', de la madrileña Amargord ediciones, en La Casa del Libro en Madrid. En aquella presentación, José Ángel Barrueco decía:
"En El arte de agarrarse, el anterior libro de Cristina Morano, a mi entender una poeta con mayúsculas, leemos estos dos versos en el arranque de un poema:
Vengo a la herida,
la describo.
Y eso es, precisamente, lo que ha vuelto a hacer la autora en este libro, El ritual de lo habitual, cuyo título se corresponde con el de un álbum de Jane’s Addiction: lo que ha hecho es acercarse a las heridas, hurgar en ellas con pericia, describirlas con maestría…
El ritual de lo habitual, aunque es un poemario, podría haber sido un libro de relatos a la manera minimalista de Raymond Carver, o una de esas películas independientes del cine norteamericano, fragmentadas en episodios, y cada uno de ellos protagonizado por un personaje distinto.
Porque en sus páginas se nos cuentan historias. Historias de mujeres. Historias de mujeres reales, famosas o inspiradas en lo que ella ha oído en las calles o visto en las noticias. Los títulos de cada poema son extensos: confieren un nombre o un apodo a cada mujer, aluden a su profesión o a su característica más destacable. Los nombres de esas mujeres contienen su importancia, porque mediante esos nombres ella las vuelve más cercanas, logra que vivan en el papel, que respiren entre líneas: Sabrina, Nieves, Ana, Maruja, Francisca…
Están, por un lado, las mujeres célebres. De ellas, Cristina jamás revela el apellido, pero nos proporciona los suficientes datos para que sepamos sus identidades. Por ejemplo: Nieves Álvarez, Elena Salgado, Sylvia Plath…
Están, por el otro, las mujeres anónimas. Las mujeres fuertes, las que luchan a diario entre sus trabajos brutales y su cargamento de hijos, facturas y responsabilidades: Emilia, Asifa, Ileana…
Si las juntamos a todas, el lector percibirá una honda preocupación por las múltiples aristas laborales en las que la mujer actual trata de sobrevivir: tenemos a la modelo, a la poeta, al ama de casa, a la recolectora de fresas, a la mendiga, a la estudiante… Un abanico de posibilidades, de vidas y de tramas, que le sirve a Cristina para ejecutar su danza alrededor de varios temas de suma importancia: el abuso de poder, la injusticia, la obediencia ciega…
Cristina Morano ha escrito poesía de la auténtica, de la que duele, con elementos y ambientes muy difíciles de capturar en un poema: la épica de los centros comerciales, la política, o esa trabajadora sometida y brutalizada…
Son ejemplares, por citar dos casos, los poemas dedicados a Maruja, una estudiante de peluquería, y a la estrella mediática Belén Esteban. Porque, en ambos retratos, Cristina nos descubre sus heridas. Observen la precisión con la que, en cuatro versos, describe a Belén Esteban:
De canija soñaba con tener una casa
en un sitio mejor y con verde;
ya estaba cansada en el sueño,
así que imagínate ahora.
O veamos el modo en que sintetiza a esa estudiante de peluquería en los siguientes versos:
¿O seguirán pasando las horas
hacia ese sábado de chandal y perros
en los centros comerciales?
A los cuarenta todavía
tenemos cara de niñas.
Resulta refrescante, además, la manera en la que Cristina introduce en los poemas citas de Allen Ginsberg o Anne Sexton, alusiones a J. G. Ballard o a Jim Carroll, letras de canciones de Burning o frases de películas.
De manera que se dan la mano la cultura popular, las vidas desgraciadas y las cuitas de las celebridades, y todo ello sin desatender ese análisis del poder y de la obediencia. Manejar tantas referencias y tantas críticas al sistema que ha tratado de subyugar a la mujer no es fácil: y, en la empresa, ella sale victoriosa.
Por eso me parece explosivo este poemario breve, fantástico, único en su especie, titulado El ritual de lo habitual."
Pues bien, resulta que el próximo día 7 de mayo, en el mítico Libertad8 de Madrid, se presentará la colección en la que se encuentra este último libro de Cristina.
Así que, a modo de celebración de esa maravillosa noticia, dejamos aquí otro de los poemas de este libro:
SOR JUANA: MIEMBRO DE LAS HERMANAS DE LA CARIDAD, DESTINADA EN EL ORFANATO DE SANTA FLORENTINA, EN MURCIA
Ellos lo saben todo.
Excepto a quién llamar
si en medio de una pesadilla
se despiertan por la noche.
Esa culpa.
La niña rubia da miedo:
se ríe como las viejas del burdel,
desdentada a los once años;
y la sudamericana que sale
cantando a la calle
no sé si es más lista
o más tonta que el resto
de los pequeños.
Aquí sólo sonríen los bebés:
los recién llegados,
pero a los dos días
ya saben dónde están:
están en el sitio
donde fueron abandonados;
esa conciencia del no-ser-para-nadie
es lo que se les mete en los ojos,
esa culpa.
Me llaman hermana.
¿Qué simboliza tanto dolor?
¿De qué es arcano el huérfano?
A veces, no lo soporto;
entonces no rezo, no sirve.
Me pongo a pelar patatas
y les hago ración doble.
No engordan nunca.
2 comentarios:
Estuve colaborando una temporada en ese hospicio, después abandoné la carrera de Pedagogía. Qué bien lo cuentas, Cristina.
Gracias Carmen. Esa es mi manera de "estar" con los huérfanos.
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